A la hora de encarar esta columna dominguera de este primaveral agosto no sé muy bien todavía si escribo de un vivo o de un muerto. De algo en crisis, que sube y baja, baja y sube; o de algo ya amortizado y en liquidación. Lo del PA, no sólo ya en Huelva sino en toda Andalucía, cuesta trabajo de entender pues una autodestrucción de este calibre, salvo que sea premeditada, con toda intención como alevosía, no debe tener precedentes en la historia de las formaciones políticas. No hace ni cuatro años que este partido gobernaba una consejería de la Junta de Andalucía y en muchísimos municipios andaluces con un plantel de concejales que superaba todos los records anteriores obtenidos. Y nada más celebrar un Congreso por Málaga, en una noche de estas tormentosas de compras de voluntades, lo que parecía ser el refrendo de Antonio Ortega como secretario general y con él de todo su equipo dio paso a un alocado como atolondrado Julián Alvarez con su plebe que son los que se han cargado de cuatro días, como aquel qué dice, toda la estructura orgánica e institucional que tantos años había costado montar bajo el buen cobijo del presupuesto de la Consejería de Turismo y Deportes y del gobierno de coalición con el PSOE.
Conozco el buen talante y la voluntariedad del exalcalde de La Puebla de Guzmán, Francisco Ramos, y en honor a su deseo de asumir la responsabilidad de presidir la nueva gestora que se ha hecho cargo de este partido en Huelva me veo en la obligación de escribir y de escribir, además, en tono constructivo de cara a esos siete meses venideros que será claves en el futuro de esta fuerza política, tanto en la provincia de Huelva como en el resto de Andalucía. Si en las elecciones autonómicas del 2008 –veremos si a Zapatero no le entra el miedo con el bajón de las bolsas y los anuncios de una inminente rescisión económica y no le da por adelantar las elecciones al otoño, que todo puede ser- los andalucistas no logran una representación mínima que supere los dos escaños en el Parlamento andaluz –algo harto difícil como están las cosas- ya todo estará sentenciado. Como quedan esos siete meses y es un partido político –el único que en la transición democrática me pidió estar de interventor en mi pueblo de nacimiento, cosa que hice con enorme satisfacción por entender que contribuía con ello al nacimiento de la democracia en España- al que le guardo mucho cariño y tengo en aprecio a muchos de sus dirigentes, insisto, que quiero analizar el pasado, presente y futuro del PA desde una perspectiva de confianza y de esperanza.
Cuando hay problemas y problemas que derivan en resultados catastróficos hay que buscar siempre los motivos que desencadenaron los males. Antonia Grao, una vieja luchadora andalucista de Isla Cristina, hablaba en el periódico de ayer sábado de los ‘personalismos’ dentro de esta fuerza política. ¿Los de Zamudio, los de Rojas Marcos, los de Capelo? ¿Los de todos en general? Pues creo que lleva mucha razón. Cuando el equipo de Antonio Ortega, agrupado en torno a la Consejería de Turismo y Deportes, estaban logrando acabar con los personalismos, en especial, en aquellos momentos, de Rojas Marcos, y se consolidaban estructuras provinciales, como la de Huelva, en claro enfrentamiento de Miguel Romero como secretario provincial con las acciones personales e interesadas de Paco Zamudio, surge una fuerza interna extraña abanderada por Julián Alvarez y que en Huelva encuentra el apoyo de Manuel Capelo, otra figura extrañísima, que se apagó en Moguer de la noche a la mañana tras un cese y una ruptura del gobierno de coalición con el PP, y se hacen por escasos votos con el poder en un final de congreso que no estaba escrito ni se esperaba. El problema es que Julián Alvarez y su equipo, el autor de todos los males actuales, sigue ahí, al frente del PA todavía y los colaboradores de Antonio Ortega andan perdidos y en algunos casos cercanos ya a la órbita socialista. Con este panorama, sin alternativa opositora interna que pueda da un golpe de mano, lo que queda es, como se ha hecho en Huelva, aunar fuerzas, buscar personas de consenso y con ganas de trabajar –y Francisco Ramos es de esos, de los que trabajan en política- para encarar estos siete meses decisivos. No podemos esperar de Paco Zamudio, aunque se lo pidan su gente de Isla Cristina, mucha colaboración ni generosidad política ni económica, nunca lo hizo antes y nunca lo hará. Su obra en Isla Cristina, para bien o para mal, termina con él. Hay que confiar en que el viejo andalucismo, consciente de lo que se juegan las siglas y sus años de historia como partido político, resurja y sin muchas más declaraciones para defender lo indefendible se ponga a aglutinar todos los restos dispersos de este partido. Sus 14.000 votos en Huelva, que con Miguel Romero, en el 2003, llegaron a ser 32.000 en las municipales, están ahí, esperando. Cinco o seis mil votos más si dan para mantener el escaño actual por Huelva y podrían, junto a los que se puedan obtener en Sevilla, Cádiz y Málaga, servir de suelo estable para una nueva etapa del PA. No los quiero dar por totalmente perdidos este número de votos todavía porque si así fuera mejor es que plantearán, al menos, ir en coalición con alguien en las elecciones andaluzas y algunos movimientos en otras provincias ya se han dado. Lo que vaya a ocurrir después de las elecciones generales y autonómicas todavía es pronto para pronosticar porque cambios puede haber en otras muchas fuerzas políticas, además del PA. Este test queda por evaluar y no es el tiempo de hacerlo ahora a prisa y corriendo. Trabajo, unidad, trabajo y unidad esa es la mejor receta que le podemos dar y desear a Francisco Ramos y esa nueva gestora que se ha hecho cargo del PA de Huelva.
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