La entrada en escena, desde Madrid, de los compromisarios impulsores de introducir en los estatutos del PP de la fórmula de unas primarias para elegir a sus candidatos y, posiblemente, a sus principales órganos directivos, nacionales, autonómicos, provinciales y locales ha abierto esas ventanas para coger fresco que tanto necesitaban los populares tras las dos nuevas derrotas sufridas en España y en Andalucía el pasado 9 de marzo. Señalaba yo hace unos días que el debate surgido entre dirigentes de esta formación política apenas si había llegado a Huelva pero luego, más a nivel personal, he podido comprobar la alegría que se han llevado los integrantes de la nueva generación de estos políticos onubenses cuando un grupo bastante activista de compromisarios y militantes colocan como principal centro del debate de cara a este congreso nacional estas medidas de auténtica democratización interna del PP, aquejado desde hace muchos años de una cultura asentada de toma de decisiones basada en círculos cerrados, siempre a dedo y dependiendo de las influencias de cada cual en quien mayor peso pudiera tener en los principales despachos de Madrid y la regional de Sevilla. Así se cometió la absoluta torpeza de configurar en el 2004 una lista al Parlamento andaluz –en medio de una cacería de conejos en tierras andevaleñas- que dejaba fuera y sin su conocimiento al que en aquel entonces era presidente provincial, el joven Francisco Pérez, sin, además, contemplar ninguna otra salida representativa (como luego fue su nombramiento en el Consejo de la RTVA) que le permitiera argumentar un discurso convincente y creíble ante su propio equipo y ante los mismos medios de comunicación. El pequeño círculo que diseñó esta lista sólo miró en aquellos momentos los intereses personales de cuatro dirigentes y no el futuro del partido a nivel provincial, ni la importante tarea desarrollada en las municipales del 2003, ni, por supuesto, el esquema orgánico de formación política que se quería para Huelva, donde todo que un presidente provincial que no coincida, como ocurre ahora con la persona del alcalde de la capital, Pedro Rodríguez, tiene que saber ser un perfecto aliado suyo en los discursos diarios y no un enemigo declarado, que le quiere destruir, como ya pasara cuando los tiempos del olvidado secretario general Francisco Nieves. O como ha pasado en Jaén que le ha terminando costando a los populares la alcaldía de aquella ciudad.
En el PP nacional, desde la noche del domingo 9 de marzo, se han ido cubriendo distintas etapas, lógicas muchas de ellas, y que no son nada más que la consecuencia de la ‘pájara’ que deja haber llevado a cabo una labor dura en los cuatros años de legislatura, un pulso electoral de tu a tu (porque la sociedad española camina cada vez más hacia el bipartidismo pero con unos partidos nacionalistas que deciden aunque sean por un número reducidos de diputados el Gobierno en el caso de que ninguno de los dos grandes obtenga la mayoría absoluta) y de haberse mantenido posiciones ideológicas excesivamente dogmáticas en escenarios tan particulares como son el País Vasco y Cataluña, territorios, que junto a la mucha diferencia que aún sacan los socialistas a los populares en Andalucía, son los que han decidido este escenario final para otros cuatro años. Es comprensible, por tanto, el bajón personal de Mariano la misma noche electoral, como obligado y necesario el arropamiento de destacados líderes regionales (entre los que parece que jugó un papel importante el andaluz Arenas) para que se mantuviera al frente del PP hasta que se analizaran todos los pro y contra del futuro del partido. Lo que me parece que nadie esperaba es que detrás del discurso discordante levantado con bastante consistencia y perseverancia por Esperanza Aguirre, a la que daban como una contrincante personal frente a Rajoy, lo que estaba diseñado era toda propuesta de democratización interna del PP por la vía de este modelo de primarias, que hoy ya apenas se discute porque se ha introducido como el principal tema de conversación y debate dentro de los contenidos de este Congreso de Valencia. Que hay que hacerlo bien, con imaginación y con eficacia, pues por supuesto. EL PP debe mirar la misma transición vivida en el seno de los socialistas después de su derrota del 96, que se inició con unos modelos de primarias (que los mismos aparatos provinciales muy sólidos se fueron encargando de desterrar –y eso le pasará facturar el día en que vuelvan a ser oposición- a medida que contaban con cargos públicos para repartir y contentar, como ocurre estos días) pero que sirvió luego para impulsar el nacimiento de un nuevo liderazgo interno en el que pocos habían pensado (Chaves entre ellos, que apostaba por Bono) y que le ha reportado unos resultados victoriosos indiscutibles. Falta saber dónde se haya hoy en el PP ese Rodríguez Zapatero que pueda asumir con un discurso renovado el liderazgo de los populares en el 2012 y en qué fecha dará la cara para sustituir a Rajoy y a la generación que él representa. Y lo mismo en Andalucía y en la misma Huelva.
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